Realizar un proceso de cambio interno.
Realizar un proceso de cambio interno, que como vimos, es esencial para que los procesos amorosos se desarrollen y crezcan, implica como vivencia subjetiva, una serie de estados que pueden no ser agradables, incluso, bastante angustiosos. Esto fue representado por la metáfora de hacer un viaje a Bahía do Morro y de repente nos encontramos en el medio de una posible tragedia aérea.
Realizar un cambio interior va a significar, una vez realizado, un estado interno armónico, agradable, distendido, placentero. Va a significar que los síntomas físicos o psíquicos que se padecen, encuentren un alivio o desaparición. Sin embargo, estos mismos, están sostenidos desde nuestras posiciones existenciales, desde nuestras identificaciones, desde “los lugares internos que nos son familiares”. Es decir que realizar un cambio interno requiere de la renuncia de “los lugares internos seguros”, de las posiciones de “comodidad” que en verdad “incomodan”, ahí donde no nos dejan crecer y provocan síntomas, molestias. La atracción que los sitios que vivimos “seguros”, ejercen sobre nosotros es inmensa, incalculable… Es una atracción que a la mayor parte de la gente la hace vivir siempre en el mismo lugar, las hace vivir como un planeta: siempre se mueve en el mismo lugar. Y una de las principales razones para que ocurra esto, es que cuando alguien se mueve de su órbita planetaria, pierde esta zona de “comodidad”, para habitar en lugares que al principio van a ser incómodos… no porque lo sean, sino porque para la persona que está haciendo el cambio, ese lugar es desconocido, y para colmo, la sensibiliza de las molestias que lleva hace muchos años, estando en ese antiguo lugar. Cuando alguien se mete en lugares nuevos y desconocidos, va a sentirse en ridículo, se va a sentir un niño indefenso, va a sentir que todo lo que se vincula con la pareja, le molesta y lo conecta con un dolor… Pero no es culpa de la pareja, al contrario: es gracias a la pareja que el cambio está siendo motorizado.
La incomodidad del cambio interior.
La vivencia subjetiva de incomodidad por los cambios internos, puede ser tan intensa, que se prefiera dejar todo como antes y renunciar a la pareja, al propio futuro. Sin embargo, si uno se somete a la vivencia hasta las últimas consecuencias, ocurre que la incomodidad desaparece. No solo desaparece, sino que también, se accede a estados internos mucho más bellos que los previos al cambio.
Cuando alguien medita, hace Zen, por ejemplo, va a vivir, antes o después, que ya no soporta más continuar con la actividad meditativa, que lo único que quiere es que suene la campana de finalización de la meditación. Pero de pronto, relaja un hombro o un dedo de la mano, o bascula adecuadamente la pelvis, y la vivencia insoportable se transforma en un estado de paz profunda, de incalculable alegría. Algo muy parecido pasa en lo que respecta a los cambios internos que las relaciones amorosas requieren.
La solución a un cambio interno siempre implica soledad, siempre implica un mayor estado de soledad, o un desarrollo interno que permite “llevarse bien” con ella. Soledad que se traduce en aceptar al otro tal cual es, despojándose de la ilusión de que el otro debería cumplir funciones que no tiene por qué; soledad que se siente ahí donde se produce un alejamiento natural de la propia familia de origen; soledad que se siente cuando se abandona relaciones que no nos permiten crecer, etc. Pero es muy fácil escapar de la soledad, y cuando se hace esto, uno empieza a girar en la órbita antigua… es como volver al regazo materno.
Cuando se hace el ejercicio de tolerar la soledad, aparece la sabiduría, la paz. La sabiduría no se encuentra porque se busca… brota de muchas realizaciones y de repente, está. Con toda facilidad, sin grandes esfuerzos.
Como se podrá observar de la lectura de este articulo, el crecimiento interno no se produce por llegar a un logro, a alguna parte. Se realiza ahí donde nos despojamos de algo (una identificación, una creencia, una ilusión, un mandato, etc.). Esto es posible cuando no vamos a ninguna parte. El verdadero camino es estar parado… estando parado me encuentro en el verdadero camino. Al estar parado, estoy en contacto conmigo mismo, pudiendo estar atento a lo más inmediato, cumpliéndolo sin grandes pretensiones.